jueves, 23 de febrero de 2012

A veces sucede...

Cuando solo tenía 12 años me enamoré, mucho, muchísimo. Tanto que duró unos 7 años y aún uniendo los minutos de felicidad de ese tiempo no podría hacer una semana entera.
El no tenía nada especial, ni nada que le destacara demasiado, era arrogante, orgulloso, listillo y hasta podría decir que un poco manipulador. Le daba pánico comprometerse (o eso es lo que me repetía a mi misma para no creer que lo que pasaba es que no me quería), la mayoría de las veces intentaba dejarme por los suelos y por eso creo que desarrolle un método en el que la última palabra era mía y siempre dejaba mal al personal que se pusiera por delante.
Sigo diciendo que no tenía especial, pero la mayoría de las noches me acostaba pensando en como iba a ser nuestro futuro cuando dejara el orgullo un poco de lado. Eso, claramente, nunca sucedió.
Así que puedo decir que me pase 7 años de mi adolescencia queriendo a alguien que tenía en mi cabeza y no a una persona de carne y hueso.
Ahora, siempre que recurro a algún recuerdo en el que el aparezca me toco el pecho, pues una vez creí que del daño que me hizo se me rompería a cachos y me abrazaba fuerte, fuerte para que eso no pasara. Al cabo de los años, hay heridas que se curan solas, a base de alcohol aunque hayan recuerdos que no se pueden borrar, que quedan grabados a fuego dentro de ti pero no duelen, ni pican, ni escuecen. A veces sucede que escribes porque lo necesitas, no porque eches de menos.